Texto e ilustración de Wolf Erlbruch
Editorial: Barbara Fiore Editora
Recomendado para: Lectores en marcha.
La pregunta es inevitable y siempre llega. Siempre la evadimos, por supuesto. En nuestra cultura se trata de un tema tabú, casi como el sexo. Es algo que sólo se menciona con voz grave y entrecortada, a menudo en susurros y de lo cual no tenemos dato alguno, algo de lo cual no sabemos nada después.
Sobre el misterio de la muerte se han erigido las creencias a lo largo de la historia. Sin embargo cuando un niño nos pregunta no confesamos nuestra ignorancia, hablamos de horror y de tragedia y denegamos con la cabeza. Uno de los mayores problemas de occidente es que no sabe lidiar con la muerte, que no sabe aceptar que hace parte del mismo proceso vital del que nos enorgullecemos.
Wolf Erlbruch (Alemán, no podía ser de otra forma), soluciona el problema con gran sencillez, pone a un pato a hablar con la figurativización más conocida de la muerte, el esqueleto. Un esqueleto, podríamos decir de niño o de anciano, con la mirada afable y la sonrisa perenne en los labios, un esqueleto que acompaña al pato en su vida cotidiana y responde con confianza cada una de sus preguntas. El pato y la muerte conviven y se hacen amigos entrañables. De esta manera Erlbruch nos está diciendo que de alguna manera aquello que más tememos está más cerca nuestro que cualquier otra cosa.
Aunque ingresa al Pequeño teatro de la Crueldad, este libro lo hace por su carácter escatológico antes que cruel. Se atreve a hablar en voz alta de lo que en otras partes sólo se musita. No es la muerte del abuelo, la del tío, la del hermano o la del compañero del colegio la que aparece aquí, es la nuestra, la particular muerte que nos cuida la espalda todo el día, todos los días.
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